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Beauvoir, Arendt y Kahlo: pasión epistolar

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De izquierda a derecha: Frida Kahlo, Simone de Beauvoir y Hannah Arednt. Foto extraída del correspondiente artículo de La Mirada.

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Hoy, en nuestra época hiperdigitalizada, guardamos registro de todas y cada una de nuestras conversaciones. Antes, los únicos registros posibles se daban a través de las cartas, espacios de intimidad que, años después, nos ayudan a comprender mejor el pensamiento de los autores. Exploramos algunas correspondencias de Frida Kahlo, Simone de Beauvoir y Hannah Arendt con sus respectivos amantes.

Por Cristina Wormull Chiorrini / La Mirada Semanal

Las cartas han sido el método perfecto para plasmar los sentimientos y la pasión entre parejas y reflejan, de alguna forma, la personalidad de sus autores. También nos sirven de registro de las relaciones amorosas a través de la historia (sería interesante acceder a la correspondencia de parejas anónimas, donde, sin duda, encontraríamos registros maravillosos).

Cartas de Simone de Beauvoir

Aunque Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre fueron pareja durante toda su vida y se escribieron innumerables cartas y también ensayos y crónicas, Claude Lanzmann a los 27 años se convirtió en el amante de Beauvoir, que ya tenía 44. No fue su único amante, pero, según Beauvoir, este fue el amor de su vida y el único hombre con el que convivió, algo que no hizo con Sartre. Ninguno ocultó jamás una relación que se prolongó durante siete años y que la escritora y filósofa conjugó con la que mantenía con el fundador del existencialismo. 

Lanzmann, director de la monumental película sobre el Holocausto Shoah (1985, unas nueve horas de duración) y uno de los documentalistas más respetados del mundo, vendió hace unos años las cartas intercambiadas con Simone de Beauvoir a la Universidad de Yale. El veterano cineasta declaró que nunca tuvo la intención de hacerlas públicas hasta que se dio cuenta de que Sylvie Le Bon, la hija adoptiva de la escritora, iba a «publicar todas las cartas de Simone de Beauvoir, excepto la correspondencia entre ella y yo».

«Chéri, mi amor absoluto, mi niño adorado, no hay palabras para describirte mi amor», le escribía Simone de Beauvoir a Claude Lanzmann en 1953, según el extracto de una de las cartas publicado por Le Monde. «Sí, mi querido niño, tú eres mi primer amor absoluto, ese que solo se conoce una vez, o jamás», afirmaba con pasión.

«Mi querido niño, eres mi primer amor absoluto, el que solo sucede una vez en la vida, o tal vez nunca. Pensé que nunca diría las palabras que ahora me resultan naturales: cuando te veo, te adoro. Te adoro con todo mi cuerpo y mi alma. Eres mi destino, mi eternidad, mi vida».

Beauvoir vivió con Lanzmann una segunda juventud y un renacer de su sexualidad. De la obra literaria y su relación con Sartre se sabe muchísimo, pero la historia de amor de la escritora y filósofa francesa con el cineasta Claude Lanzmann, que empezó cuando este era secretario del autor de La naúsea y El ser y la nada, es prácticamente desconocida. 

Ella, que en El segundo sexo había bautizado al matrimonio como una institución «obscena» que esclavizaba a las mujeres, aseguró al cineasta en 1953, que daría lo que fuera por «arrojarse en sus brazos» y quedarse «allí para siempre». En esa carta, de la que no puedo publicar extractos porque por ahora solo está permitido acceder a ellas a los investigadores que las soliciten en la biblioteca de Yale, muestra que no estaba satisfecha sexualmente con Sartre y que este nunca fue capaz de complacerla físicamente. Dice: «Lo amaba, con seguridad. Pero ese amor no se me devolvía con el cuerpo. Nuestros cuerpos juntos eran en vano».

Lanzmann vendió poco tiempo atrás a la Universidad de Yale las cartas intercambiadas con Simone. Declaró que nunca tuvo la intención de hacerlas públicas hasta que se dio cuenta de que Sylvie Le Bon, la hija adoptiva de la escritora iba a «publicar todas las cartas de Simone de Beauvoir, excepto la correspondencia entre ella y yo»

Cartas de Hannah Arendt

Otra pareja que mantuvo una notable correspondencia durante toda su vida fue la formada por Hannah Arendt y Martin Heidegger. Una correspondencia a través de los avatares de un siglo que los ubicó varias veces en bandos opuestos, pero que no pudo terminar con ese controversial amor entre Heidegger y Arendt. Un amor que comenzó en el otoño de 1925, cuando ella era su alumna y que, con el tiempo, llegaría a ser una de las figuras más importantes de la filosofía del siglo XX.

Sin embargo, en los años que siguieron a este encuentro ocurrieron muchas cosas que les separaron, les distanciaron y los volvieron a reunir. La correspondencia entre Heidegger y Arendt es abundante y da cuenta de las ideas y venidas de la primera mitad del siglo, sus conflictos, sus dolores y también sus triunfos. La primera carta de Heidegger a Hannah Arendt está escrita pocos meses después de conocerse en Marburgo y en ella el pensador alemán desnuda sus sentimientos: «Nunca podré poseerla, pero usted permanecerá a partir de ahora en mi vida», escribe.

Dos semanas después, el profesor confiesa a su amada: «Lo demoníaco ha dado en mí». Y en una misiva posterior escribe: «Vivo en un arrebato de trabajo y en la alegría por tu pronta llegada. Por doquier, estás cerca de mí». Arendt responde con una carta muy larga, en la que expresa en tercera persona la angustia que le ha acompañado en toda su existencia y su dificultad para abrirse al otro. Pero Heidegger responde: «Solo hay sombras donde brilla el sol. Y ese es el fondo de tu alma».

Durante los años siguientes, la correspondencia va ganando en intensidad sentimental hasta que a fines del año Heidegger, muy exaltado, le expresa que «desearía que esos instantes de nuestras vidas no se desvanecieran nunca». Pero se desvanecieron cuando alabó los valores del nazismo al tomar posesión de su cargo en Friburgo. Es fácil imaginar lo demoledor que debe haber sido para su amada, Hannah Arendt, que había sido detenida por la Gestapo.

Sin embargo, este desencuentro (qué suave suena decirlo así frente a la brutalidad de los hechos) no impidió que años después retomaran su correspondencia a raíz de un reencuentro en Friburgo. Entonces, Heidegger le escribió una carta donde le expresaba su emoción por el reencuentro. Arendt le respondió: «Esa velada y esa mañana es la confirmación de toda una vida».

Ese intercambio epistolar se mantuvo 25 años, desde 1950 a 1975.  En esta etapa de sus vidas hablan de poesía, filosofía y otros temas, pero evitan referirse a sus sentimientos hasta que, en 1975, Heidegger expresa su gran ilusión por una visita de Arendt. Es la última carta… después el silencio, para un año más tarde yacer ambos en sus tumbas.

La correspondencia entre Heidegger y Arendt es abundante y da cuenta de las ideas y venidas de la primera mitad del siglo, sus conflictos, sus dolores y también sus triunfos

Cartas de Frida Kahlo

Terminamos con las cartas de Magdalena Carmen Frida Kahlo, una pintora excepcional que comenzó a pintar al tener que permanecer inmovilizada cuando se lesionó la espina dorsal en un accidente de tránsito. 

Conoció a Diego Rivera, con el que formó una pareja en la que el tormento, el amor y el odio se conjugaron en un romance de idas y vueltas. Diego Rivera era 22 años mayor que ella, pero eso no fue obstáculo para que se enamoraran. Se casaron y divorciaron, se volvieron a casar y a divorciar, las infidelidades de ambos fueron la comidilla de su época y vivieron una vida difícil sobrepasando los límites de lo convencional, pero se admiraban y respetaban como artistas y como seres humanos.

Kalho le escribió muchas cartas. Algunas fueron una oda al amor y otras una elegía dolorosa:

«Mi amor, hoy me acordé de ti, aunque no lo mereces tengo que reconocer que te amo. Cómo olvidar aquel día cuando te pregunté sobre mis cuadros por vez primera. Yo, chiquilla tonta; tú, gran señor con mirada lujuriosa me diste la respuesta aquella, para mi satisfacción por verme feliz, sin conocerme siquiera me animaste a seguir adelante. Mi Diego del alma, recuerda que siempre te amaré, aunque no estés a mi lado. Yo en mi soledad te digo: amar no es pecado a Dios. Amor, aún te digo: si quieres regresa, que siempre te estaré esperando. Tu ausencia me mata, haces de tu recuerdo una virtud. Tú eres el Dios inexistente cada vez que tu imagen se me revela. Le pregunto a mi corazón por qué tú y no algún otro».

Podemos verlo también en esta otra carta, donde estremece la pasión que trasluce cada frase, cada pensamiento desarrollado a través de la breve misiva:

«Nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro-verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días y días. Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la Tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos, tus ojos, espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos. Solo tú en el espacio lleno de sonidos. En la sombra y en la luz; tú te llamarás auxócromo, el que capta el color. Yo cromóforo, la que da el color. Tú eres todas las combinaciones de números. La vida. Mi deseo es entender la línea, la forma, el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz».

Y así continúan las cartas incluso en las postrimerías de su vida. En 1953, un año antes de morir, justo antes de que le amputaran la pierna desde la rodilla, separados y distantes, Frida aún le escribía esta misiva:

«Escribo esto desde el cuarto de un hospital y en la antesala del quirófano. Intentan apresurarme, pero yo estoy resuelta a terminar esta carta, no quiero dejar nada a medias y menos ahora que sé lo que planean, quieren herirme el orgullo cortándome una pata… Cuando me dijeron que habrían de amputarme la pierna no me afectó como todos creían, NO, yo ya era una mujer incompleta cuando le perdí, otra vez, por enésima vez quizás y aún así sobreviví».

En esta carta también leemos:

«El motivo de esta carta no es para reprocharte más de lo que ya nos hemos reprochado en esta y quién sabe cuántas pinches vidas más, es sólo que van a cortarme una pierna (al fin se salió con la suya la condenada)… Te dije que yo ya me hacía incompleta de tiempo atrás (…). No pretendo causarte lástima, a ti ni a nadie, tampoco quiero que te sientas culpable de nada, te escribo para decirte que te libero de mí, te ‘amputo’ de mí, sé feliz y no me busques jamás. No quiero volver a saber de ti ni que tú sepas de mí (…). Se despide quien le ama con vehemente locura».

Para no dejar fuera del epistolario a Diego Rivera, que fue bastante más lacónico en sus respuestas, replicó una breve frase que solía repetir el muralista, que refleja meridianamente su forma de ser:

«¿No dijo Dios ‘amaos los unos a los otros’? Bien, pues yo ahí no veo limitación numérica; es más, si nos ponemos sibaritas, esa frase engloba a toda la humanidad. Sigo su ejemplo y lo aplico con las mujeres».

Cada amor, cada historia es única e irrepetible.

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