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F+ Nostalgia: el poder del ayer

Dosier: Memoria y olvido (Parte 3)

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La nostalgia nació como enfermedad en el siglo XVII, pero el tiempo le ha lavado la cara hasta hacer de ella un fenómeno (y hasta un producto) con brillo. Si recordar es volver a pasar por el corazón, la nostalgia debe de hacerle caricias o cosquillas. © Ana Yael

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La nostalgia es poderosa y vive buenos tiempos. Aunque quizá solo sintamos nostalgia de los buenos tiempos. O quizá sea que, cuando no nos acordamos exactamente, fabricamos los recuerdos a la medida de nuestros deseos. El caso es que la nostalgia se disfruta, por eso se practica y hasta se crea, pero ojo con la inflación: puede que la burbuja de la nostalgia acabe por estallar.

«Uno lo recuerda todo con gran detalle, pero lo recuerda mal», afirma el protagonista de Subir a por aire en el momento cumbre de la obra. Es una de novela de George Orwell consagrada a la nostalgia en todas sus escalas: desde la nostalgia individual de un hombre por su niñez y los paisajes de su infancia a la nostalgia de seguridad –más bien de continuidad– ante un mundo incierto en vísperas de cambiar y sobre el que planea la amenaza de la guerra. 

Subir a por aire, de George Orwell, en Austral.
Subir a por aire, de George Orwell, en Austral.

Subir a por aire, lo explica el autor en su novela, es lo que hacen las tortugas marinas cuando necesitan rellenarse los pulmones de oxígeno y poder bajar de nuevo a su medio «entre las algas y los pulpos». El protagonista de la novela es un agente de seguros de mediana edad, casado y con hijos asfixiado por la rutina que decide escapar, aunque sea por unos días. Sin dar cuentas a nadie, con un pellizco que le ha tocado en las carreras, prepara con emoción su subida a por aire, su regreso al pasado. «¡Subir a por aire! Si no hay aire», exclamará indignado una vez allí, una vez comprobado que nada queda de todo aquello que recordaba y añoraba. «¿Podemos volver a la vida de antes o se ha terminado esta para siempre? Pues bien, ahora tenía la respuesta. La vida de antes ha terminado, y el andar buscándola es sencillamente perder el tiempo (…). Durante todos aquellos años, Lower Binfield había estado guardado en mi mente como un rincón tranquilo al que podía ir a refugiarme cuando quisiera, y ahora, por fin, había ido a refugiarme en él y había descubierto que no existía. Yo mismo había arrojado una granada sobre mis sueños».

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