Se habla mucho –y quizá demasiado– de ética, pero ¿somos capaces de hilar dos frases plenas de sentido sobre qué es, a qué se parece y a qué nunca se puede parecer, en qué consiste, cómo se practica o cuál es su fin? Aquí esas nociones concretas, jugosas, de la mano de alguien que le ha dedicado la cabeza y el corazón: el que fuera catedrático de Ética durante décadas en la Universidad Autónoma de Madrid Javier Sádaba.
Por Javier Sádaba, filósofo
Antes de intentar dar una respuesta a esta pregunta me gustaría hacer alguna observación. La primera tiene que ver con la recurrente cuestión de qué es lo que puede diferenciar a la ética de la moral. Mi respuesta –dejando de lado la etimología, la historia de tales palabras y su uso por distintos filósofos– es que la ética se refiere a aquellos valores universales que creemos que debemos compartir todos, por muy insertos que estemos en cualquiera de las culturas de este mundo. La moral, por su parte, hace referencia a los códigos morales que se dan dentro de la ética. En otros términos, aunque aceptemos éticamente la igualdad como un principio que debe ser base de nuestra conducta, unos se inclinarán, y es un ejemplo, por estar a favor del aborto y otros por estar en contra. Es esta una situación que se da entre los humanos y que solo podría resolverse, en el sentido de llegar a un acuerdo, argumentando y, finalmente, sometiéndolo a votación. La segunda observación consiste en descartar, de entrada, la ética y la moral, como actitudes subjetivas, o reducidas a emociones o, cosa que sucede con harta frecuencia, a palabras y más palabras que luego se recubren con el manto de una supuesta hermenéutica.
La ética como acción
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