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F+ Filosofía española del siglo XX: política, crítica social y literatura

Filosofía española

Si pensamos en los grandes filósofos españoles, probablemente nos vengan a la mente aquellos que vivieron en el siglo XX: Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, María Zambrano… Problemas como el de la pobreza en la que estaba sumida el país, la existencia de una ciencia nacional o la guerra y la dictadura son…

F+ ¿Por qué otro libro sobre María Zambrano?

Adelantos_en exclusiva: María Zambrano

En exclusiva para los suscriptores Filco+, el prólogo escrito por Ricardo Espinoza Lolas del libro María Zambrano, de Pamela Soto, colección «Rostros de la Filosofía Iberoamericana y del Caribe» (Herder 2023).

Prólogo

Ricardo Espinoza Lolas

La ciudad, primera forma de vida democrática, es el medio de visibilidad del hombre, donde aparece en su condición de ser humano.

Maria Zambrano, 1955

La democracia es el régimen de la unidad de la multiplicidad, del reconocimiento, por tanto, de todas las diversidades, de todas las diferencias de situación.

Maria Zambrano, 1958

¿Por qué otro libro sobre María Zambrano? Para esta Colección de «Rostros de la Filosofía Iberoamericana y el Caribe» es muy importante nuevamente repensar la extensa obra de Zambrano, actualizarla a nuestros tiempos y darle una cierta clave interpretativa que articule dicha obra desde dentro de sí misma y que, a la vez, sea una clave de interpretación para nuestros lectores. Se necesita una llave de bóveda que muestre la riqueza del pensamiento de la malagueña para disputar una concepción de lo humano que se inscribe en lo democrático mismo de nuestras ciudades, en tiempos tan complejos como los que vivimos, en el que el «odio al Otro» se está volviendo parte de toda ideología que niega la dignidad, riqueza y diversidad de lo humano. Y esto es lo que la filósofa chilena Pamela Soto García ha logrado en el texto que usted leerá a continuación.

¿Cuál es esa llave de bóveda para leer hoy a María Zambrano? La clave de lectura que nos propone la filósofa, que tiene una doble cara interpretativa, es el tiempo, que se expresa a la vez en la experiencia radical de lo democrático de unos con Otros, en ese constante conflicto que nos constituye para llegar a ser cada día más plenos. De allí el nombre de este libro, María Zambrano. Los tiempos de la democracia.

¿Por qué el tiempo es nuestro «hilo de Ariadna» dentro del complejo laberinto de Zambrano y no, por ejemplo, lo poético, que ha sido lo habitual para entender a la filósofa por décadas? La respuesta es muy simple: porque el tiempo nos permite, por una parte, entender y dar unidad a la vida y a la obra de la autora a lo largo de muchos años de trabajo, con un exilio que la constituye y le muestra ese carácter temporal fragmentario de estar siempre «en camino hacia» algún lugar. Por otra parte, el tiempo le otorga la gran posibilidad de tomar distancia de todo el pensamiento hegemónico de la objetividad de la realidad ante la conciencia por medio de la continuidad cronológica, tan caro a fines del siglo xix e inicios del siglo xx. De este modo, Zambrano, al romper con ese tipo de horizonte de pensamiento, en especial con la fenomenología de Husserl (pero también con el psicoanálisis de Freud), le da una libertad para pensar y dar con lo humano, lo femenino, lo social, de un modo material en la vida, en la intuición, sin trascendencia alguna, en donde nos articulamos temporalmente de un modo siempre abierto, por hacer, en lo precario, en lo encarnado mismo de los cuerpos, dando la cara y mirándonos a los ojos y sin pretensión alguna de universalidad totalitaria, cerrada, patriarcal, ya de lo filosófico, de lo humano o de lo político mismo —y menos de la realidad (entendida desde la ontología)—. Pues esto nos ha llevado por múltiples caminos muy dolorosos para el humano, como el mal camino del fascismo europeo de la primera mitad del siglo xx y que hoy por hoy se vuelve a actualizar, lamentablemente, incluso más allá de Europa.

La filósofa española es muy clara en su análisis y nos indica de forma rotunda lo que sucede cuando no dejamos entrar la realidad, la vida, la intuición, con toda su multiplicidad, fragmentariedad y diversidad en la que consiste y que se expresa en el tiempo como una cierta unidad de diferenciación que nos articula a nosotros con ella. Y de allí que Zambrano sea muy cauta y precisa en su crítica a la filosofía (como lo hizo Lévinas con Husserl y su fenomenología y, en especial, con Heidegger y su ontología), porque un modo de pensar, de inteligir, que no esté anclado en la vida, en eso que se nos impone, a una inteligencia impotente, que no siente, que no está viva, se convierte en la semilla de la que luego nacerán los grandes problemas de aniquilación de todo lo Otro que se opone a esta inteligencia aparentemente neutra, objetiva y que no está encarnada:

La inteligencia está amarrada a residuos de creencias descompuestas del pasado, a limitaciones impuestas por la falta de valor para romper nudos sociales, y lo que es lo más decisivo: la falta de una intuición modelo, la falta de la presencia de una realidad que presione. Pero esta ausencia de intuición, esta falta de sentir la realidad, llega a transformarse en el fascismo, en un evadir la intuición y la realidad, en una huida sistemática y encubierta de la realidad. Pero como la realidad, sigue existiendo hay que aplastarla y aniquilarla.1

Estas palabras de Zambrano son de 1937, cuando en España se negaba totalmente al Otro por medio del exterminio en su cruenta Guerra Civil. Y eso es lo que ocurre hoy en día con la realidad, la vida, la naturaleza, lo Otro, los humanos, lo femenino, el movimiento LGBTQIA+, los migrantes, los pueblos originarios, los pobres, los precarizados, etc.: se los aplasta y se busca aniquilarlos porque son una objeción a esa naturalización de una objetividad y continuidad que sería lo propio de la realidad y de lo humano. Es como si la filósofa malagueña le diera la razón a Michael Heneke y su film La cinta blanca (2009). Porque si se vive en un mundo sin vida, sin precariedad, sin contingencia, sin diferencial, lo más probable es que de ahí nazcan los fascistas del futuro, que eliminarán todo lo que les cause temor por ir en contra de una realidad neutral, homogénea, continua.

Y esto es muy importante de destacar de la filosofía como posición de vida de Zambrano ante la realidad, los Otros y en especial ante los propios filósofos. Si en la actualidad ha sido Judith Butler, la filósofa estadounidense, quien ha luchado por una filosofía encarnada en los cuerpos y no en un decir universal y abstracto «de» ellos, por una filosofía de la contingencia y no que hable «de» la contingencia, de una filosofía que transforme la ciudad desde la no violencia y dé cabida a las diferencias (esto lo señala Butler en toda su crítica a Žižek; crítica que ha sido reiterada por décadas), es la filósofa española la que inicia esta lucha contra el mismo Husserl y sus Investigaciones lógicas (y por ende contra cierto Ortega, su maestro, y sin nombrar al propio Zubiri, su maestro-amigo). la de Zambrano es una filosofía de la objetividad de la realidad, de la mismidad, de la homogeneidad, de la continuidad, de la subjetividad, de la conciencia, del tiempo pasado-presente-futuro, en el fondo, de una unidad clausurada epistemológica y ontológica que retorna del siglo xix con nuevos bríos al siglo xx y con otros autores. Y para Zambrano esto hay que denunciarlo y se tiene que filosofar de otra manera para que acontezca esa fragmentación que se expresa en y por sí misma en las expresiones múltiples del tiempo (y con esto la filósofa malagueña nos da herramientas para entrar en el debate actual del realismo especulativo). Y por eso, como muestra de forma magistral Pamela Soto García en este libro, el otro «enemigo» de Zambrano es Freud. Aunque el médico vienés se da cuenta del dolor de lo humano en medio de una sociedad que lo reprime brutalmente y en ello barrunta, como salida a esa enfermedad, el aparato psíquico como el lugar en donde puede acontecer la cura, especialmente en su libro La interpretación de los sueños (1899-1900). Sin embargo, queda atrapado en la continuidad del tiempo (y con ello en cierta objetividad de la realidad) y del análisis del yo como neurótico. Freud no puede entender que lo que se llama yo, el sujeto, siempre es ulterior, oblicuo y mediado, porque somos radicalmente desde fuera de nosotros mismos, desde los cuerpos discontinuos nos vamos constituyendo en lo que somos, de un modo también discontinuo. Luego el psicoanálisis trata de una cura del dolor humano por medio de un método de la razón universal y esto es el problema de que la cura no pueda curarnos de nuestro sufrimiento, ya que no se trataba del yo, sino de ese Otro diferencial abierto que somos y que nunca dejará de supurar, de ser conflictivo, opaco, poroso y en tránsito.

El tiempo, como clave interpretativa, nos permite entender la llamada «razón poética» de Zambrano (que ha sido tan estudiada por múltiples pensadores, en distintas generaciones y en tantas tesis doctorales), pero encarnarla a la materialidad misma de una vida, de una época y de un pensamiento que pretende ser una liberación real del humano en medio de la universalidad totalitaria que nos asfixia y nos determina a odiarnos los unos a los Otros y en la que lo político deviene de lo democrático al fascismo más brutal que nos intoxica a diario. Ese tiempo de Zambrano pasado por tres grandes pensadores «malditos», Spinoza, Nietzsche y Bergson, que nos propone Soto García, nos da la visión de tres momentos fundamentales de lo que ella nos quiere decir tajantemente, esto es, nos da la fuerza del conatus que todo lo echa a andar una y otra vez, lo terapéutico y liberador del eterno retorno en toda su fragmentariedad y contingencia material y la durée que estructura lo humano en medio de la realidad por medio del tiempo. Y esto es así para que nos entendamos como humanos más allá de la continuidad y la conciencia en una ciudad democrática de multiplicidades y que como tales estemos llamados a vivir en la tensión de estar unos con Otros juntos. Y aquí radica la importancia de los sueños y las ruinas: para entender este tiempo que es expresión a la vez de la realidad y del humano en su fragmentación. El tiempo en tanto sueño nos hace ver al humano en lo que somos en medio de esa materialidad vacía de sentido. El tiempo como ruina nos visibiliza a los unos con los Otros en el paso de la historia y de cómo vamos construyendo, aunque sea difícil y precario, comunidad. La democracia nunca ha sido fácil de realizar cabalmente, pero el fascismo no es la salida, sino todo lo contrario, pues agudiza el problema de lo humano. Por tanto, la filósofa española mediante los sueños nos indica que nos vemos tal como somos, a saber, fragmentos de lo abierto mismo, en el dolor, en el sangrar, en el exilio que nos constituimos desde nuestro aparato psíquico totalmente desgajado de todo centro. Y en las ruinas hasta las ciudades de hoy, la pensadora nos manifiesta esos vestigios vivos históricos que nos permiten vivir entre todos de alguna manera posible (siempre por hacer, porque no hay camino, sino que se hace al andar, como diría Machado), con todo el conflicto interno de esa convivencia, en la fragmentación que no se puede homogeneizar del todo y que, por lo mismo, nunca se va a resolver. Estamos, con esto, ante lo político en María Zambrano de manera radical.

Lo democrático es expresión de lo humano como ese tiempo fragmentado en su doble momento: sueño y ruina. El sueño nos indica, como he señalado, esa cierta singularidad de cada uno de nosotros, y la ruina, ese nosotros que somos de unos con Otros a lo largo de la historia. Y esa doble articulación se realiza en la experiencia compleja de una democracia viva que acontece en todos. Somos esas multiplicidades que no dejan de hacerse, de transitar, de moverse; somos esas diversidades de humanos que no nos dejamos atrapar en categorizaciones filosóficas u otras que quieran determinarnos y con ello cerrarnos en una interpretación fija y a-histórica. Estamos más allá del bien y del mal (como diría el querido Nietzsche de Zambrano), de ciertas valoraciones polares, duales, dicotómicas que quieren establecernos por fuera de nuestra experiencia de la multiplicidad. Estamos siendo políticos en medio de la ciudad; y aquí vemos el tremendo trabajo político de Zambrano para leer el presente y transformarlo en uno abierto —y diría, usando la terminología actual, feminista—; que es lo que nos quiere señalar Pamela Soto en su libro.

Estamos ante un libro en que Zambrano ya no nos habla en una jerga poética, ni tampoco mística, pues la pensadora española se nos vuelve radicalmente nietzscheana, materialista, feminista y así, en su caminar de exilio permanente, va luchando contra toda determinación que nos clausura, en especial contra la fascista. María Zambrano se nos vuelve una gran filósofa política (como una Hannah Arendt, pero sin Kant ni Husserl); una pensadora que lucha en este plano de inmanencia para ir construyendo en el fragmento que somos, en esa abertura que nos duele, ciertos momentos democráticos en los que el Otro nos constituye y nos alimenta, con todo lo complejo que eso puede ser ya para uno, ya para un pueblo por nacer.

La filosofía para Zambrano ya no está dictando nada desde la cabeza de nadie, ni de un dios, ni de un intelectual determinado, ni menos desde la complicidad ideológica reproductiva de una institución capitalista. La filosofía, sin ser ya patriarcal, y por tanto sin querer pontificar el mejor de los mundos posibles, desde el cielo de la ideas y con una jerga para iniciados, ahora hunde sus pensamientos en la vida misma, en esa realidad contingente, precaria —de los perdedores, como diría Pasolini— y es así como la filosofía de Zambrano, siempre en movimiento, lucha contra el fascismo y nos indica que lo humano en su fugacidad está llamado a ser pleno y que, por tanto, no nos queda otra cosa que vivir unos con Otros aunque nos duela ese encuentro; un encuentro que siempre se actualiza a la altura de los tiempos:

No se puede crear historia sintiéndose por encima de ella, desde el mirador de la razón; solo quien está por debajo de la historia puede ser un día su agente creador, y en ello creo yo que nos diferenciamos los de esta generación de la de Ud. si es que vamos a ser algo, que a veces lo dudo, en que nuestra alegría está en sentirnos instrumento y solo aspiramos a tener una misión dentro de algo que nos envuelve: el momento histórico.2

Polignano a Mare, 5 de julio de 2022


Notas Prólogo

1 M. Zambrano [1937], Los intelectuales en el drama de España, Madrid, Trotta, 1998, p. 103.

2 M. Zambrano [1930-1932], «Tres cartas a Ortega», en Escritos sobre Ortega. Madrid, Trotta, 2011, p. 212.

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El fluir de la palabra

«… esta mi Antígona, voz del delirio que me despertaba

a la madrugada, voz antes que palabra.»

MARÍA ZAMBRANO

En los textos sagrados indios —Vive Kanada—, el hombre, vencida su naturaleza inferior que lo sume en el oscurecimiento, entra en esa región llamada Samadhi y halla hechos que nunca pudieron brindarle el instinto o la razón.

No hay sentimiento del yo y, sin embargo, la mente trabaja, sin deseos, libre del cuerpo. Entonces la verdad brilla en todo su esplendor y sabemos lo que realmente somos (porque el Samadhi yace potencialmente en todos nosotros), libres, inmortales, omnipresentes, libres de lo finito y sus contrastes de bien y de mal, somos uno en el Atman. El espíritu universal.1

Mito

Pudieran contener estas palabras un reflejo de esa búsqueda de un origen perdido cual germen oscuro en el hombre, del que ignoramos su raíz o su presencia, principio o comienzo antes de toda experiencia. Pues que el hombre, el llamado a nacer como tal, no ha emergido todavía. Mas «a cambio de su existencia posee la anchura del mundo sin límite alguno. Como todavía no es, puede serlo todo. Carece de experiencia para saber adonde llegan sus límites… Sería el universo de lo sagrado en que las fuerzas mágicas nos hablan y nos miran, nos amenazan y nos protegen»2.

El hombre se siente mirado y pudiera decirse que a la par el hombre mira, inicia su mirada. Mirada que para Zambrano constituye una actitud anterior a toda palabra, que queda con mayor libertad que ella para captar lo que contempla pues que todavía no se ha escuchado la primera palabra. Emerge, así, el universo de lo sagrado, del mito, del cuento maravilloso, una realidad primera aún sin descifrar.

Esa primera mirada devendrá poco a poco admirativa o, en su otra faz, pudiera expresar miedo o terror, pues que propiamente no se ha alcanzado todavía el ver. Sería el preludio del delirio persecutorio, pero al propio tiempo la realidad no se le presenta todavía como enemiga y el envés del temor sería la exaltación que se funde en la embriaguez. Y es que el reverso de la persecución sería la gracia, en la concepción de María Zambrano; esa faz benéfica frente al maleficio —los indicios dionisíacos pudieran tener su raíz en este doble tamiz—.

Las manifestaciones de lo sagrado serían, pues, una doble expresión del terror y de la gracia. Como respuesta a esa realidad inmensa y enigmática que supone así mismo lo sagrado, el hombre expresa su clamor ofreciendo sus primicias. Comienza a hacer antes que a pensar. Y la suprema acción supone el sacrificio que implica una ofrenda del hombre a lo desconocido que nada le pide y a la par con nada se conforma. Hay algo de adoración y angustia ante el peligro de ser devorado. Mas esa serie de acciones sagradas antes de la aparición de los dioses ya suponen un trato con lo otro, aún fuerza desconocida dentro de lo sagrado. Se inicia el fluir de la Piedad 3.

Esta etapa primigenia pudiera integrarse en el sueño primordial humano, ese sueño originario al que el hombre acude con la nostalgia de una etapa que considera perdida y que anhela su vislumbrar. Sería el preconsciente de lo humano, antes de la percepción del pasar del tiempo, en ese olvido del tiempo antes de la consciencia de temporalidad.

Reflejo de ello se desentraña en las impresiones de Julien Green: «J’ai toujours pensè en effet que les enfants comme les animaux, voient probablement tout un monde d’êtres (in-noffensifs) qui échapent à l’observation des grandes personnes »4. Que se integran perfectamente con las de Luis Cernuda:

Donde habite el olvido,

en los vastos jardines sin aurora;

donde yo sólo sea

memoria de una piedra sepultada entre ortigas

sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.5

Desearía habitar el poeta en ese primigenio jardín sin límite y anterior a la luz, aunque el término jardín ya implique algo paradisíaco, ancestral. Quiere confundirse con la piedra, ser memoria de ella, en esa conjunción del agua y la tierra que se solidifican, pero confundida entre el mundo vegetal: la ortiga, que implica ya un anuncio del dolor y lo etéreo que todavía no separa el sueño de sus vigilias. El mundo de los elementos originarios —agua, aire, tierra— ya se sugiere en ese olvido, sin fecha, inmemorial, y que quizás así quede o se muestre en la reminiscencia platónica que lejos de abolirlo muestra su huella, aquella que Kierkegaard señala con oscura ironía: recordaba lo que había sido, antes de devenir él mismo.

Los dioses

Aparecen en un horizonte más tardío, paulatinamente, los dioses. Y así en adelante el perseguido ya lo será por un dios a quien podrá demandar una explicación. Es ya la primera pregunta, la pregunta es frente a alguien que ya se ha manifestado.

Mas cuando los dioses comienzan a mostrarse, a ser nombrados, ello ya equivale a una cierta respuesta, se inicia la revelación del enigma y la amplitud que envuelve al hombre. El hombre les invoca y ello implica una inspiración y una fuerza.

El hombre invoca y lo hace a través de un culto. María Zambrano nos habla de tres cultos: «los dirigidos a las divinidades; los dirigidos a los muertos y aquellos que hacen sentir los ciclos de la naturaleza… y ello implica algo de liberación —como esas fuerzas que hacen renacer los frutos de la tierra— y de esperanza»6, y todo ello en lucha con ese terror y angustia primarios.

Mas, al propio tiempo, el hombre continúa preguntando, se pregunta por las cosas y ello implica ya el inicio de una separación, del pre-nacimiento de la conciencia, pues que el hombre se siente separado de ellas porque las cosas «son la decadencia de lo sagrado, de las fuerzas mágicas que nos hablan y nos miran, nos amenazan y nos protegen. Y preguntar por su ser supone haber preguntado, haberse extrañado por algo que se ha ido»7.

Todo ello implica una ruptura y una nostalgia de un paraíso perdido o de una edad dorada. Y en su envés, aquello que Zambrano ha denominado pérdida de la inocencia e inicio de la edad de las desdichas. La invocación de Don Quijote hacia la Edad de Oro pudiera integrarse en este universo.

En el errar del hombre le acompaña un sentimiento de angustia. El poeta Antonio Machado siente que siempre le sigue y al interrogarse…

La causa de esta angustia no consigo

ni vagamente comprender siquiera

pero recuerdo y, recordando digo:

Sí, yo era niño, y tú mi compañera.

Es cierto que este poema se sitúa en ese universo en el que el tiempo se ha integrado a la vida y más acá de la reminiscencia, en el recuerdo. Mas en la infancia, según Gastón Bachelard, se dan todas las etapas arcaicas de la humanidad y «en la inocencia no está el hombre determinado como espíritu, sino psíquicamente en unidad inmediata con su naturalidad. El espíritu del hombre está soñando… pero al mismo tiempo. Nada ¿qué efecto ejerce? Nada, engendra angustia. Es el profundo misterio de la inocencia »8. Y así parece afirmarlo el poeta como «un hecho psíquico de raíz que no se quiere ni se puede definir, mas sí afirmar como una nota humana persistente, como inquietud existencial (Sorge) heideggeriana, pero que va a transformarse en ella»9.

Un nuevo paso en el universo evolutivo no supone la pérdida del anterior. En el ser humano siempre hay una confluencia de los diversos vestigios ancestrales que constituyen el sentir originario. Ese sentir que se irá paulatinamente integrando en el descubrimiento del alma. Y Zambrano nos sitúa en la civilización egipcia, decisiva en la evolución de la humanidad. Es la aparición del dios Osiris quien hace posible el encuentro en la tierra del hombre y su alma. Pues que sólo el faraón la recibía en vida, el kaa. Los demás hombres sólo la recibían tras la muerte.

Y tras ello se vislumbra ese sentir de los ínferos, ese descenso o caída en sus dos vertientes: hacia el tiempo y hacia la muerte. Y la reminiscencia del origen y el anhelo hacia ese otro margen que nos entronca con el espacio ultra terrestre, y ese sentir se anega en la vida: «vivir es encontrar en el infierno de cada instante la huella del paraíso perdido y padecer desde el paraíso, el infierno de la temporalidad espontánea»10.

Hay en el hombre, y más hondamente en el poeta, un ritmo que lo rememora:

Soy eco de algo;

lo estrechan mis brazos siendo aire

lo miran mis ojos siendo sombra.

Lo besan mis labios siendo sueño.11

Sombra de algo, deseo de apresar esas formas que se sueñan y que a la par se diluyen y que quedan como expresión de aquel sentir originario:

El saberse dentro de una historia o con una historia, precede sin duda sentirse errante, a la merced de... Y por mucho que sea la madurez de los tiempos históricos y la construcción científica que el hombre haga de su historia, quedará siempre en el fondo del ánimo, eso que hemos llamado sentir originario, el sentirse suspendido y flotante, a veces a pique del naufragio, a merced de la totalidad desconocida que nos mueve…12

Mas todo ello ya irá entrañando el inicio de una etapa de unidad. Es ya anuncio del ser. Comienzan a surgir las cosmogonías que desvelan el secreto del hacerse de las cosas, de engendrarse la realidad de aquel mundo enigmático que insinúa las razones de la angustia y del padecer humano.

Cosmogonía es ya poesía humana que el hombre hace para representarse en unidad no sólo con lo que ve, sino con su misteriosa génesis. La historia y en ella la metáfora de la irrupción del hombre.

Homero es quien presenta a los dioses con su nombre, con su historia. Mas en la búsqueda de una seguridad, de una certeza, la primera claridad como respuesta o acceso a lo divino, fue dada por la luz de Apolo, como si quedasen las sombras más allá de su órbita divina, y esa nueva forma de piedad como respuesta a la realidad inmarcesible. Pero esta piedad se alza contra la piedad divina, de muerte o de sacrificio, que representaban los dioses y las divinidades antiguas contrarias a Apolo. Se pretende una unidad que procure abarcar a todo de cuanto Ser hay, desterrando hacia la sombra lo que no puede llegar a ser… mas que el de algún modo tiene realidad y queda como lo otro persistente13 gimiendo en las entrañas, la luz y la sombra se desarmonizan y lo apolíneo pretende desterrar lo dionisiaco.

Hay algo que parece perdido, ausente y, pese a ello más allá de lo que llamamos realidad de las cosas, no hay un vacío sino una transrealidad, algo que no coincide con ninguna cosa, sino que está detrás de ellas o en ellas o en alguna otra parte, algo cuya sede es a veces, en el mundo de lo sagrado, un determina-do lugar, una roca, un árbol, un río. Allí cuando los dioses han nacido, o In illo tempore... Érase una vez, no se sabe cuando14.

Y es que la vida del hombre, esa vida inocente en el mundo primario del mito, ha quedado como pretensión o designio y siempre acompaña al hombre esa nostalgia de lo divino:

Nació sin saber

si estaba dentro

o fuera, del dios

que nació con él…

Así lo expresa Emilio Prados. Hay una inhibición que impide al hombre manifestar sus pretensiones de ser un dios o como un dios.

Cuando más avanza el territorio de la conciencia, el de la luz que cierne y pone sus límites, el hombre teme perder su fábula, sus mitos, se halla en conflicto. Un conflicto de soledad que se suscita cuando el hombre comienza a preguntarse por el ser. Junto a la pregunta han fluido como respuesta otras vías que pretenden cercar, iluminar —no visualizar o vislumbrar—. Sería el nacimiento de la filosofía como una de las querencias de la respuesta. Y de la tragedia, en otro de sus matices.

La filosofía «trazará de lo humano un esquema: promesa de seguridad como si dijera si te atreves a esto, si reduces tu vida a esto, claro, seguro, idéntico a sí mismo, estarás a salvo; ninguna fuerza ni siquiera la de los dioses, te podrá arrebatar tu condición…»15.

Los filósofos llaman a vigilia, pero el hombre parece obstinarse en su vida sonámbula, parecida a la que lleva en la caverna maternal… «Se siente en medio de las cosas como una larva que ha de nacer y salvarse»16. Una parte de su ser queda latente en su sueño. Un sueño primordial y originario que siempre le acompaña. Se siente oscilante entre la «realidad» de la «vigilia» y la de su más hondo interior, su «sueño»:

Está mi alma en el centro de la noche

turbada y estática. Fuera.

Fuera de sí misma está su vida.

Y aguardo, me consumo y sufro.

Yo, dentro de ella o junto a ella.

Este temblor de Kavafis pudiera ser el atisbo de ese oscilar entre sueño y vigilia que anega la vida del ser humano, pues que frente al universo en el que se entraña ese sueño que desea despertar, se presenta, cual inhibición, esa fortaleza amurallada en la que se refugia el campo del consciente, de una realidad que se le opone a ese inconsciente, después llamado personal, y ahondando en inhibición de la psique humana, desde el nacimiento del hombre concreto, como apuntaba Freud, o en esa voluntad de dominio expresada por Adler. Y de lo que se trata es de que lo humano esté entroncado en la humanidad, que ese inconsciente colectivo e histórico vaya fluyendo desde ese sueño inicial y originario, como lúcidamente lo intuyeron los románticos y ha sido uno de los soportes de las visiones de Jung y también de María Zambrano. Un sueño que desea devenir expresión, palabra. Un sueño más cercano al universo de la poesía. Filosofía y poesía serían dos formas de la misma palabra: concepto y concepción, lo ya nacido y lo que siempre está naciendo: «En este mundo en que ha gustado la naturaleza mostrar a nuestros ojos y silenciarse a nuestros oídos, la reflexión filosófica sólo puede apoyarse, como experiencia primaria, en la experiencia de una ausencia de experiencia, en la experiencia del vacío dejado por las cosas huidas o desaparecidas»17.

Poesía

El mundo filosófico se forma a través de un orden, de una violencia, de una perspectiva. Un cosmos donde existe el principio y lo principiado, la forma y lo que está bajo de ella…

Pero la poesía todavía añora aquel universo del mito en que se admiraban las cosas. Contemplación y éxtasis como expresión de su mirada. Surge así una disparidad que se entreabre en esa nostalgia de algunos que «sintieron su vista enredada en el agua o en la hoja, no pudieron abandonar lo que esta visión les daba y prometía para pasar a un segundo momento, ese en que la violencia de la mente hace cerrar los ojos buscando otra hoja y otra agua mas verdadera. [Algunos quedaron aferrados] a lo que regala su presencia y dona su figura, a lo que tiembla de tan cercano»18.

Todo verdadero sentir poético tiembla en esas huellas en las que lo divino visualiza su verdad. Así parece intuirlo Antonio Machado cuando, leyendo sus bien amados versos, infiere en el espejo de sus sueños…

que una verdad divina

temblando está de miedo,

y es una flor que quiere

echar su aroma al viento.

Ese temblor no se vierte en un trasunto ideal que sustituya a la inmediatez de su sentir. La propia pensadora nos informa de ese peligro del culto a la idea que sustituye a la vida, cuando su misión sería la de ser ventana para ésta. De ese culto obsesivo al poder de la idea, puede surgir el germen de toda tiranía, en todas sus vertientes.

El camino del poeta no está marcado, «se hace camino al andar y en él tenía lo que miraba y escuchaba, pero también lo que aparecía en sueños…» y los límites se «alteran de modo que acaba por no haberlos»19.

Y si los hubiera, serían formados y vislumbrados en el propio quehacer poético del hombre, que con esa mirada iría habitando, en sentido heideggeriano, el mundo. Abarcándolo poéticamente como tan bellamente ha expresado Eugenio Trías en el desvelarse de las diversas artes que irán descubriendo los universos espaciales y temporales. Este límite:

… comparece antes que nada como la condición y el presupuesto mismo de la proyección del mundo. Y es preciso destacar entonces aquellas artes, artes fronterizas que dan forma y sentido al límite. Tales artes son la arquitectura y la música. Éstas se despliegan en el límite. Y desde él hacen posible que el mundo se muestre como es, como un ámbito susceptible de ser habitado. Otras artes (pintura, escultura, artes del signo) revelan la presencia del habitante del mundo, dándole figura y representación.20.

No había aún surgido la separación entre poesía y filosofía en el universo de los presocráticos, en el que los primeros elementos —agua, aire, tierra, fuego— emergían conforman-do los principios del universo. Gaston Bachelard ha ofrecido una honda visión de ellos como fundamento del psicoanálisis.

Considera María Zambrano que en Platón todavía se conjugan el mundo filosófico y poético, un equilibrio entre el nuevo y el originario ser, pues «piensa el ser y su unidad en El Parménides y quiere absorber los mitos y hasta las palabras de la sacerdotisa Diotima en El Banquete». Y así cuando aparece agotado el camino de la dialéctica, «más allá de las razones, irrumpe el mito poético, como venido desde el fondo de una inmemorial tradición de sabiduría dada poéticamente». Pues que el mito, tan opuesto al fantasma paralizador de la vida, abre un último horizonte que parecía perdido, que alberga «continentes sumergidos de los que el hombre no puede olvidarse enteramente de aquel estado que comunicaba con mayor intensidad con el universo»21.

Nos muestra Zambrano la bella metáfora de la revelación del mito poético como un hallazgo en un mundo ya formado filosóficamente. Ya moldeado. Como si por «la avenida de una gran ciudad de pronto se encontrara en uno de esos misteriosos parajes con unos enigmáticos personajes, tal como nos ofrecen algunos cuadros indescifrados: La Tempestad de Giorgione, El Baco de Leonardo da Vinci o la entrada a la Villa Médicis de Velázquez»22.

El poeta es el viajero de un laberinto, viajante enamorado de las cosas, de los tiempos, sin querer renunciar a nada que salga a su encuentro: ni a la criatura ni a un instante de esa criatura, ni a una partícula de la atmósfera que lo envuelve.

El filósofo busca la unidad más allá de toda apariencia, una unidad absoluta sin mezcla de multiplicidad, porque las apariencias semejan dispersarla, quiere dilucidar la presencia de lo real, de las cosas que son y que no son, fijar la verdad, y más allá de ese límite todo es engaño. No obstante la poesía tiene también su propia unidad, una unidad distinta a la que busca el filósofo, tiene su unidad y su trasmundo que fundamenta su existencia:

Mi corazón latía atónito y disperso

En las palabras de Machado hallamos una dispersión ante ese asombro que despierta su corazón. Y ese latir es un ritmo, ritmo que ya expresa un acorde frente a la dispersión. Y ese acorde con la palabra se hace canto y por ello música, de ahí que el poeta se sienta como fluencia, herencia del mito de Orfeo que atraía a la naturaleza con su música. Un ritmo que parece provenir de un horizonte distinto, casi olvidado como tan hondamente ha trascendido en Federico García Lorca:

… porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.23

Habla desde ese borde que se creía lejano, primigenio, anterior al ser, ser en la palabra antes de que se fundiese con las cosas. Es el pulso, el ritmo del corazón herido. Pues que toda poesía fluye de la herida, como conformando al hombre en su vida, amor y muerte, en expresión de Miguel Hernández. Halla el sentir de las cosas en el latir del pulso; el que fundamenta la unidad más allá de la dispersión. El latir de las entrañas —la poesía es cosa de la carne—. «El latir de tanta entraña sorda, que suena por toda la mudez de los demás, que si no se hiciera oír de alguna manera, se llenarían de rencor. Pues el rencor nace de lo que no logra, trabajando siempre, ser escuchado»24.

Ese latir tiene un ritmo, su ritmo. Un ritmo que integra ese sentir poético en un sentir musical, música callada de esos sonidos que se oyen desde el interior y se expresan en una lengua anterior a lo que denominamos lenguaje, anterior a la palabra o expresión de su inicio, una lengua que tiene sus caracteres elementales… los sonidos, «única pues que si las palabras poseen sinónimos equivalentes, pueden ser reemplazadas por ellos… En música los sonidos no son expresión de las cosas, son la cosa misma»25. «El músico no ha necesitado tener presente un ser oculto e idéntico a sí mismo para alcanzar la transparente e indestructible unidad de la armonía»26.

Se siente el poeta reflejo y heredero de todo el universo desde sus orígenes, y así la filosofía aparece como desprendimiento en la mente humana de un saber anterior, como una resolución del hombre para encontrar la verdad por una vía en modo que le sea propia, cual si quisiera librarse de otras fuerzas que sobre él gravitan.

Un gran momento de honda soledad o un gran procedimiento debió preceder a esta resolución […] Mientras que la poesía que parece perdida se nos muestra ahora como revelación […] y el hombre, cual dijimos, es una criatura envuelta en el velo del olvido. Y debe desvanecerse el velo de olvido y conocer es acordarse y acordarse es reconocer.27

Recuerdo entrañado en la memoria y reminiscencia, hacia y desde el olvido. Las correspondencias en la visión de Baudelaire, les parfums, les couleurs et les sons se repondent, sería, según nos desvela Walter Benjamín, esa búsqueda de recuperación de los tiempos remotos, cuando el conocer fluía del sentir. Acudían los sentidos a las solicitaciones anteriores y respondían conjuntamente —vista, olfato, oído, gusto, tacto—, mas sólo uno de ellos otorga la respuesta adecuada, se adelanta a los demás sin perder su comunicación con los restantes.


1 Kodama de Borges, María, Jorge L. Borges y la experiencia mística, Trotta, Madrid, 1996, p. 81.

2 Zambrano, María, España, sueño y verdad, Siruela, Madrid, 1994, p. 20.

3 Zambrano, María, El hombre y lo divino, FCE, México, 1955, p. 50.

4 Auroy, Carole, Julien Green: Partir avant le jour, Cert, París, 2000, p. 27. «Siempre he pensado que tanto las personas como los animales, ven probablemente todo un mundo de seres (inofensivos) que esca-pan a la observación de las personas mayores».

5 Cernuda, Luis, Donde habita el olvido I. Poesía, Siruela, Madrid, 1993, p. 201.

6 Zambrano, María, El hombre y lo divino, op. cit., p. 76.

7 Zambrano, María, España, sueño y verdad, op. cit., p. 21.

8 Kierkegaard, Soren, El concepto de angustia, Espasa-Calpe, Madrid, 1979, p. 59.

9 Sánchez Barbudo, Antonio, Los poemas de Antonio Machado, Lumen, Barcelona, 1967, p. 101.

10 Zambrano, María, El hombre y lo divino, op. cit., p. 110.

11 Cernuda, Luis, Donde habita el olvido I. Poesía, op. cit., p. 203.

12 Zambrano, María, El hombre y la divino, op. cit., p. 67.

13 Ibid., p. 72.

14 Ibid., p. 96.

15 Zambrano, María, España, sueño y verdad, op. cit., p. 22.

16 Ibid.

17 Trías, Eugenio, La memoria perdida de las cosas, Taurus, Madrid, 1978, p. 97.

18 Zambrano, María, Pensamiento y poesía. Obras reunidas, Aguilar, Madrid, 1971, p. 119. Citado en adelante: O.R. El subrayado es nuestro.

19 Ibid., p. 23.

20 Trías, Eugenio, Lógica del límite, Destino, Barcelona, 1986, p. 20

21 Zambrano, María, Pensamiento y poesía, op. cit., p. 116.

22 Ibid., p. 122.

23 García Lorca, Federico, «Poema doble del lago Eden», Poeta en Nueva York. Obras Completas I, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1996, p. 558.

24 Zambrano, María, «La metáfora del corazón», Hacia un saber sobre el alma. Alianza Editorial, Madrid, 1987, p. 48.

25 Levi Strauss, Claude, Regarder, ecouter, lire, Plon, París, 1993, p. 96.

26 Zambrano, María, «La metáfora del corazón», Hacia un saber sobre el alma, op. cit., p. 45.

27 Zambrano, María, Pensamiento y poesía, O.R. op. cit., p. 129.

28 Zambrano, María, El hombre y lo divino, op. cit., p. 46.

F+ María Zambrano: el viaje a la luz

El escritor mexicano Sergio Pitol retrataba así el círculo que rodeaba a María Zambrano: «Cuando llegaba algún grupo de españoles jóvenes, María se crecía. Les hablaba de su juventud republicana, de su maestro Ortega, de los escritores de su generación, de la guerra civil, de la derrota y del exilio. Se convertía entonces en un personaje trágico. Envuelta en el humo de su cigarrillo, mirando hacia lo alto, escanciaba las palabras, como si un espíritu superior visitara su cuerpo, se posesionase de ella y utilizara su boca para expresarse». © Ana Yael

A los 30 años de la muerte de María Zambrano, su figura filosófica sigue agigantándose y su legado, con la razón poética al frente, alumbrando nuevas interpretaciones para la historia del pensamiento. Pilar Gómez Rodríguez homenajea en este dosier a la filósofa y recuerda que el pensamiento no puede y no debe esquivar el sentimiento….

Diálogos del exilio: Hannah Arendt y María Zambrano

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Mi nuevo libro Una poética del exilio. Hannah Arendt y María Zambrano propone el diálogo nunca acontecido, aunque posible en términos aristotélicos, entre dos autoras del exilio cuyas obras hasta ahora no habían sido expuestas a un análisis comparativo. Hacer que dos personas que nunca llegaron a conocerse coincidan en el plano ficticio implica, simplemente,…

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